martes, 19 de febrero de 2013

Etapa cubista de Picasso

 Las Señoritas de Avignon (1907)

Y llegamos al culmen de la obra de Pablo Picasso. El cubismo fue una consecuencia natural del afán del artista de ir limitando y reduciendo las figuras hasta lograr articularlas según unos pocos bloques. Y tras una serie de estudios previos, 809 exactamente, se embarcó durante más de nueve meses en la realización una de las obras más significativas de la historia del arte: Las Señoritas de Avignon. No se ha conocido ningún otro cuadro que haya sido preparado por su autor con tanta dedicación como lo fue éste.

Esta obra marcó un punto de inflexión en la historia de la pintura, puesto que rompe con la concepción del espacio y las formas que desde el Renacimiento se había establecido como modelo. El lienzo, cuyo título suscita la confusión con la ciudad francesa, reproduce el interior de un burdel situado en la Carrer d´Avinyó, en Barcelona. Vemos a cinco prostitutas, que se muestran insinuantes al posible cliente. Lo que más nos llama la atención es que la representación de cada una de ellas se realiza desde varios puntos de vista simultáneamente. Además, no se trata de mujeres de rostro afable, sino todo lo contrario: son mujeres terribles. Esta deformidad se puede apreciar claramente en la figura de la izquierda y en las dos de la derecha. En una lectura más profunda podemos adivinar en estos rostros las influencias del arte de las civilizaciones clásicas, como Egipto o la Grecia arcaica, así como de la cultura africana, sobre todo ésta última en las dos mujeres de la derecha, que parecen llevar máscaras africanas en las que se dibuja sus caras de frente y perfil.

 El punto álgido de la obra en cuanto a representación se refiere, se encuentra en la figura agachada de la derecha, donde Picasso realiza un majestuoso alarde de cubismo. Aquí vemos a una mujer de espaldas, pero cuya cara se nos muestra de frente, mirándonos con unos ojos asimétricos que atemorizan, y que configuran las dos partes de un rostro en el que podemos distinguir el propio perfil.

Todo se reduce a formas geométricas. Las cinco mujeres se hallan en un espacio plano, sin profundidad, de fondo azul interrumpido por una cortina roja a la derecha. Parece que avanzan hacia el espectador, exhibiendo sus cuerpos y mostrándose con naturalidad. Compositivamente, la obra podría dividirse en tres partes: por un lado, la figura de la derecha que camina hacia el final del cuadro, situada justo en la terminación de la cortina; por otro, las dos centrales sobre el fondo grisáceo, que comparten una postura similar; y por último, las dos de la derecha, más radicales que el resto, constituyendo así una separación brusca con respecto a sus compañeras.

En el centro del lienzo apreciamos una naturaleza muerta sobre una mesa, de la que se nos muestra una esquina ascendente. Podría ser este un intento de otorgarle cierta sensación de profundidad a la obra. Al menos, dirige la mirada del espectador hacia arriba, para dar con la figura más esbelta de las cinco.

La monocromía de la obra resulta incluso agresiva en sus ligeras variaciones, sirviendo para distinguir todas las partes de un todo. A esta distinción también contribuyen líneas, gruesas y finas, así como sombras que alcanzan su protagonismo en la parte derecha del lienzo.

Picasso, con esta obra con la que abre el cubismo, pone en tela de juicio el carácter imitativo de la pintura, reivindicando una suerte de autonomía en el arte, una capacidad para independizarse de su modelo. ¿Por qué ha de considerarse más perfecta o más bella la obra que mejor imite la realidad? ¿Por qué dejamos que sea la realidad la que nos imponga los límites en la representación? Picasso se acerca al lienzo con gran libertad, creando, no imitando, respondiendo al canon que, de manera coherente, ha creado su imaginación. Llegados a este punto cabe reflexionar sobre el amplio campo al que se aplica la palabra "arte". ¿Qué es más artístico, un cuadro cubista abstracto de Picasso o cualquiera del realismo barroco? ¿Qué tiene más mérito? El etiquetado que realizan los críticos de arte contemporáneo no es sino un compendio de sus propias miradas individuales en proceso de intelectualización elitista. Intentan justificar la pertenencia de la obra a la alta cultura, luchando contra la tendencia natural del espectador medio a dejarse llevar por el virtuosismo técnico. Sin embargo, nosotros, los espectadores medios, convivimos hoy en día rodeados de tanto arte contemporáneo que, sin querer, nos hemos sentido atraídos por el simple placer contemplativo, ausente de significados, muchas veces impuestos a posteriori por expertos con la intención de colocar la obra en un nivel superior, incluso inaccesible para el resto.

Siguiendo la línea de su vida, en el verano de 1908 se muda con Fernande a la Rue des Bois, en la zona norte de París. Un año más tarde comienza su etapa de "cubismo analítico", inaugurada por Panes y frutero con frutas encima de una mesa. En esta evolución del cubismo vemos cómo se abandona la perspectiva central y las formas se fragmentan en numerosos planos. Picasso se encuentra en la que será la etapa más productiva de su carrera. Por primera vez, expone en Alemania.

Panes y frutero con frutas encima de una mesa (1909). Lo interesante de esta obra no es la transformación de las formas en cubismo, sino su total metamorfosis: el motivo en el que se inspira no son los objetos que vemos sobre esta mesa, sino una sociedad carnavalesca en un bar.

Le réservoir (Horta de Ebro), 1909

Mujer con peras (Fernande), 1909

El ejemplo más sobresaliente de este cubismo analítico se encuentra en el retrato que Picasso realizó del comerciante de arte Vollard. En la obra se aprecia una descomposición de la figura en fragmentos que lo analizan. Cada fragmento se une con los de alrededor en una relación armoniosa que no impide que se de deje de prestar atención a cada parte para poder ver el todo. A ello se le suma la combinación de claroscuro tan impactante que destila la obra, y que parece reflejar la propia alma del retratado.

Retrato de Ambrosie Vollard (1910)

En 1911 tiene su primera exposición en Nueva York, y en verano se instala con Fernande en Ceret. Su relación no estaba pasando por el mejor momento, y, además, Picasso acababa de conocer a Eva Goudel, a la que cariñosamente llama "Ma Jolie". Dos años más tarde, con Eva a su lado y su padre fallecido, Picasso crea una serie de obras maestras, realizadas de manera sencilla pero genial, en las que usaba elementos como periódicos y partituras, mostrando así su debilidad por el collage.

 
Violín colgado en la pared (1912)

Violín y partitura (1912)

 
Violín en el café (1913)

Violín (1913/1914)

Picasso abandona progresivamente el cubismo analítico para internarse en el "cubismo sintético", donde la obra de arte camina hacia la escultura, ya que se trata de componer (proceso contrario al cubismo analítico), y esto lo hace con distintos materiales que le otorgan un aspecto tridimensional. Dio con una nueva forma de arte: la "assemblage", una traslación del collage. Ya en 1912 preludia esta etapa con su Naturaleza muerta con trenzado de silla, para acabar en el objeto que resume la esencia del cubismo sintético: una construcción de chapa, de aproximadamente un metro de altura, titulada Violín.

Naturaleza muerta con trenzado de silla (1912)

Violín (1915)

El cubismo había llegado con objetos como este a su etapa final, y Picasso dejó así una huella en el arte moderno eternamente rescatada por artistas posteriores de todas las tendencias. Con esta aportación, Pablo Ruiz Picasso se convirtió en el héroe del arte del siglo XX.