Picasso en París a los 23 años (1904)
La época de Picasso que me dispongo a narrar, sucede a caballo entre Barcelona y París, culminando con el definitivo traslado del artista a la capital francesa en 1904.
En un tiempo en el que Henri Matisse estaba experimentando con lo que después se conocería como Fauvismo, estilo caracterizado por la simplicidad de las formas y los colores llamativos, Pablo Picasso comenzó a retratar rostros y situaciones cargados de pobreza y melancolía, y todo ello sugerido a través de una paleta fría y casi monocroma. La obra en la que se comienza a perfilar dichos rasgos de la pintura de esta época es La bebedora de ajenjo. Sin embargo al Periodo Azul le dan la bienvenida cuadros como La entrevista (Las dos hermanas), cuyo boceto ya lo trazó en 1901.
La bebedora de ajenjo, 1901. El desasosiego que esta escena transmite será explotado a lo largo de todo el periodo. Aquí vemos ya el predominio de distintos tonos de azul que intentan enmarcar la expresión angustiosa de esta mujer, hacia cuyo rostro, para añadirle más dramatismo a la escena, trepan sus dos enormes y delgadas manos.
Las dos hermanas, 1902. El color azul inunda esta obra. Se trata de dos mujeres, una de ellas con un bebé en brazos al que solo le podemos ver la mano y parte de la cabeza, cuyas figuras reflejan abatimiento y desesperación, pero que intentan darse consuelo la una a la otra. La angustia sobrecogedora de esta imagen se complementa con sus vestiduras (túnicas o mantas para protegerse del frío, pies descalzos y cabeza cubierta por un pañuelo) y por el paisaje: una fría noche en lo que parece ser un patio de paredes desnudas. Gracias a esta descripción gráfica, podemos afirmar que son dos reclusas de la prisión femenina de St. Lazare (París), a la que Picasso tuvo acceso en 1901 y donde quedó impresionado por tal desconsuelo.
Sin lugar a dudas, el punto culminante de esta etapa lo marcó La vida, pintado en 1903. En este lienzo, la maestría del Periodo Azul alcanza sus cotas más elevadas, ya que la soledad y pobreza de los personajes, de apariencia fría, se muestra a través del patetismo de los cuadros que Picasso representa al fondo de la escena. En primer lugar, es importante destacar que la figura masculina de la izquierda se trata de un retrato del amigo del artista, Carlos Casagemas, que se había suicidado dos años antes en París. El sereno y melancólico aspecto que transmiten los personajes es perfectamente compatible con el drama de sus miradas, que están contando una historia. Los trémulos y pálidos cuerpos desnudos que se abrazan a la izquierda guardan una inquietante distancia, resaltada mediante la mano del varón, con la firme mujer de la derecha que sostiene en brazos un bebé. Y es en esa distancia donde se muestra el tormento interior de los personajes, gracias a los dos grandes lienzos que inundan la lúgubre estancia. En definitiva, la obra se presenta como una ventana a la que el espectador puede asomarse y trazar el hilo argumental de una tragedia basada en las sensaciones que el cuadro provoca.
La vida, 1903.
Los pobres a la orilla del mar, 1903.
El guitarrista ciego, 1903.
La planchadora, 1904. En esta escena y en la anterior los personajes comparten la misma postura, una patética contorsión de sus delgados cuerpos que hace que el espectador viva el dramatismo de la obra.
La Celestina, 1904.
Hemos asistido a los tres años de la vida de este gran artista en los que la monocromía de su paleta fue capaz de impregnar el lienzo de un amplio abanico de sensaciones. En 1904 se traslada definitivamente a París, y a partir de entonces dejará de representar estos personajes cargados de miseria para dar paso a un mundo mucho más alegre inspirado en la vida circense, dando fin al Periodo Azul.