Impresión, sol naciente, 1873
"¡Ay! Fue fatigoso el día en que, en compañía del paisajista Joseph Vincent,... osé entrar en la primera exposición de los impresionistas. Mi amigo no presentía nada malo al visitar la exposición. Creía que allí había pintura buena y mala, más bien mala que buena, pero no esperaba tales violaciones al arte, de los viejos maestros y de la forma. En fin, ¡forma y maestros! Ellos ya han cumplido, pobre amigo mío.
De eso nos hemos encargado nosotros... A Monet le estaba reservada la ultima estocada. "Mira, alli está", se le escapó ante el cuadro Num. 98 ¡Irreconocible, el preferido del Papa Vincent! Pero, ¿qué es lo que se está representando? Mire usted en el catalogo. "Impresión", ya lo sabía yo; yo estoy impresionado, así que debe tratarse de una impresión... ¡Qué libertad! ¡Qué ligereza de trabajo! ¡Un tapiz en estado primario está más elaborado que esta marina!"
Acabáis de leer el origen del término Impresionismo, que a partir de este documento quedó fijado para la posteridad. Se trata de la crítica que escribió el periodista Leroy para una revista satírica tras haber visitado la primera exposición de los que después de denominarían impresionistas.
Dicha exposición tuvo lugar en la galería Nadar el 15 de abril de 1874. Treinta artistas independientes participaron en ella, entre ellos Renoir, Cézanne, Pissarro, Gautier y Monet. Este último expuso nueve lienzos, pero el protagonista de la crítica de Leroy fue Impresión: sol naciente.
Campo de amapolas en Argenteuil, 1873. Expuesto en la Galería Nadar.
El boulevard des Capucines, 1873. Expuesto en la Galería Nadar.
La crítica de Leroy no se alejaba en absoluto del sentimiento que estas pinturas produjeron en los visitantes de la exposición. Tres mil quinientas personas se rieron de la obra de estos artistas y bromearon con su técnica, siendo el perfecto ejemplo del clasicismo de la época y de la rígida tradición pictórica impuesta desde la Academia. Cuando el Impresionismo tuvo su merecido reconocimiento entre la sociedad, Leroy se jactaba de haberle otorgado un nombre a este interesante movimiento.
Los impresionistas, a diferencia del arte oficial, no pretendían añadir un trasfondo moral a su obra, simplemente captaban la realidad tal y como la veían, imprimiendo el movimiento, la luz y el color de la época en sus lienzos. Se trataban de estampas de la vida cotidiana, estampas casuales, sin poses ni artificios, solo fotografías de la nueva sociedad.
El columpio, Renoir, 1876
El molino de la Galette, Renoir, 1876
El barreño, Degas
La orquesta de la ópera, Degas
Cuando estos artistas se percataron de que sus ciudades se estaban poblando progresivamente de industrias, puertos y estaciones de ferrocarriles, tuvieron la inquietud de plasmarlo en su obra (Impresión: sol naciente), hecho favorecido por la fabricación de la pintura en tubos, que les permitía pintar al aire libre. Con pinceladas sueltas de toques yuxtapuestos y sin ningún refinamiento posterior, creaban auténticas maravillas. Era de esperar que la sociedad urbana que se estaba germinando en esas ciudades de reciente industrialización terminara por aceptar con agrado la obra impresionista, pues simplemente se trataba de la obra de un nuevo tiempo, del anuncio de un nuevo ciclo en la historia del arte.
Tres lienzos pertenecientes a la serie Catedral de Rouen, Monet, 1892-1894. Entendemos perfectamente con esta pequeña muestra de la extensa serie de dicha catedral la fijación de los impresionistas por captar el movimiento de la luz. El objetivo de Monet con esta serie era dar a entender cómo un mismo objeto puede variar tanto dependiendo de la hora del día en que se contemple, es decir, dependiendo de la cantidad de luz que incida sobre él. Para su realización alquiló una habitación con una ventana desde la que se pudiera contemplar la catedral, y comenzó a pintar así unos treinta lienzos, los cuales cambiaba cada dos horas, cuando ya consideraba que la catedral se había transformado lo suficiente debido a la luz. Este dinamismo de la pincelada suelta de Monet, así como el de la serie en general, es también un reflejo del dinamismo de la vida de la segunda mitad del siglo diecinueve.
Estación de San Lázaro, Monet
Rue Montargueil, Monet
Al contemplar un cuadro impresionista, lo que uno ve es una explosión de colores, donde las sombras se han sustituido por los colores complementarios del objeto iluminado, y lo que uno siente entonces es la vitalidad transmitida por el movimiento de la pintura.
La Grenouillre, Monet
Mujer con parasol, Monet
En el río, Renoir
Cerca del lago, Renoir
Gabrielle con rosas, Renoir
El aperitivo de los Canotiers, Renoir
Repetición de la escena, Degas
La estrella, Degas
Y sé que en nuestra sociedad abundan los que, como Leroy, rechazan y se ríen de toda obra que se aleje de la imagen que tienen en sus mentes como modelo de las cualidades que debe reunir un cuadro para poder considerarlo bello. ¿De qué imagen hablo? Todo el mundo la conoce: aquella capaz de recibir la simple crítica de "qué bien pintado está esto". Y es triste, o, al menos a mi me entristece la cantidad de personas que se privan ellas mismas de disfrutar de otro tipo de belleza: la belleza impresionista, la belleza expresionista, la belleza cubista, la belleza fauvista o la belleza abstracta. Se desembarazan rápidamente de la obra que contemplan con un radical "no lo entiendo"; pero lo que en realidad no entienden es que, a lo mejor, no hay que entender, solo mirar. Mirar y dejarse llevar por los trazos impresionistas o mirar e intentar reconstruir un cuadro cubista o mirar y adentrarse en la selva de la abstracción... No saben lo que se pierden.